La tarjeta que la adolescente sostenía decía: “Cuando estaba en
séptimo grado, me veía con mis amigos a través de una webcam”. En las
siguientes tarjetas se revela que la adolescente empezó a atraer la
atención de personas que dijo no conocer. Personas que le decían que era
hermosa, impactante, perfecta. “Querían que les mostrara mis senos. Así
lo hice un año más tarde”, se leía en las tarjetas.
La adolescente recibió un mensaje de un desconocido en Facebook,
quien le dijo que si no enseñaba más partes de su cuerpo, publicaría las
fotos topless que le había tomado. “Sabía mi dirección, quiénes eran
mis familiares, amigos, nombres…”
Durante las vacaciones de Navidad, la policía fue a su casa para
informar que las fotos se habían enviado a “todos”. Mostró la siguiente
tarjeta muy cerca de la cámara. “Luego me enfermé gravemente: sufría
ansiedad, una fuerte depresión y ataques de pánico. Empecé a consumir
alcohol y drogas”.
Dice que luchó contra la ansiedad y que durante un año casi no salió.
El mismo hombre volvió a aparecer en una página de Facebook en la que
mostraba las fotos topless en su perfil. “Lloraba todas las noches,
perdí a todos mis amigos y el respeto de la gente… otra vez…”
Fue acosada y sintió que nunca podría borrar esa foto. Empezó a
cortarse, una forma de castigarse que, de acuerdo con los psicólogos, es
una conducta de control de impulsos que acompaña a ciertas enfermedades
mentales.
Durante los recesos, comía sola hasta que se cambió de escuela. “Las
cosas mejoraban, aunque seguía sentándome sola”, decía la siguiente
tarjeta. “Luego de un mes empecé a hablar con un viejo amigo”.
Pensaba que ella le gustaba aunque sabía que tenía novia. Un día él
le pidió que fuera a verlo porque su novia estaba de vacaciones. “Y fui…
grave error… Pensé que le gustaba”. Una mano temblaba mientras sostenía
las tarjetas; con la otra enjugaba una lágrima de su rostro.
Una semana
más tarde, la novia de su amigo se presentó en su escuela junto con
otras 15 personas. Se reunió una multitud mientras la novia le gritaba
que nadie la quería. “Un tipo gritó: ‘Golpéala’…” La golpearon y cayó al
piso. “Me sentí como una tonta, pensé que nadie se merece esto”, dice
la siguiente tarjeta. “Los maestros llegaron corriendo, pero yo me fui,
me tiré en una zanja y luego mi papá me encontró”.
Cuando llegó a casa, bebió cloro. “Me sentía fatal, de verdad pensé
que moriría”. La llevaron de urgencia al hospital para sacar los
químicos de su cuerpo.
Puso la siguiente tarjeta muy cerca de la cámara para que el
espectador no pudiera verla, sino sólo leerla: “Cuando llegué a casa, lo
único que decía en Facebook era: ‘Se lo merecía; ¿te quitaste el fango
del cabello? Espero que esté muerta”.
Se mudó con su madre a otra ciudad, a otra escuela. Sin embargo, su
pasado la persiguió. “Habían pasado seis meses, la gente me etiquetaba
en fotos de blanqueador, cloro y zanjas... Todos los días me pregunto
por qué sigo aquí”.
Su ansiedad empeoró y se cortaba aún más; a pesar de la terapia y los
antidepresivos, fue trasladada de nuevo al hospital a causa de una
sobredosis.
La última tarjeta dice simplemente: “No tengo a nadie. Necesito a
alguien. Mi nombre es Amanda Todd”. El video ha llamado la atención de
muchas personas, incluyendo a la premier de Columbia Británica, Christy
Clark.
“Nadie se merece ser acosado. Nadie se lo gana. Nadie lo pide. No es
un rito de iniciación. El bullying debe parar. Todos los niños deben
sentirse seguros en la escuela”, dijo Clark en un video publicado en
YouTube el jueves.
La policía de la Coquitlam, zona conurbada de Vancouver, dijo que el
miércoles encontraron el cuerpo de Amanda Todd en su casa. Se quitó la
vida. Tenía 15 años.
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